La Nochebuena,
amén de contar con narraciones infantiles tan bonitas como la que les
regalaba a los alumnos de las Graduadas el librito de lectura “Estilo”
en veintisiete renglones, suponía un preciado obsequio para los
currantes de la serrería – carpintería del Hijo de Antonio Moreno, el de
Dionisio Guardiola chaflán con Marqués de Víllores, algunos de los
cuales leían las primeras aventuras del boxeador vasco mercando los
ejemplares en la papelería “Sanz” que se hallaba a escasos metros. Allí,
en el primoroso escaparate mimado y cuidado al máximo por la
inolvidable Consuelo, destacaban las proezas del ídolo de las
jovencitas que soñaban con él y veían su efigie en clave seria y de
humor con un “Jipi” saladísimo que le espetaba al mozo bilbaíno que
ninguno podía compararse al máximo triunfador en el ring y en los tebeos
de la etapa (cuentan que “Leovigilda”, la delgadita de las populares
“Hermanas Gilda”, le aconsejaba a su hermanita menor, la gordita y
enamoradiza “Hermenegilda”, que dejara de perseguir a dependientes,
tenderos, agentes comerciales y buscadores de oro y se centrara más en
hombres del corte de “Pacho Dinamita” ).
Vuelvo con él , con el
título citado y con el combate que disputaba en La Habana frente a un
Jaime Sansón que caía derrotado a los cinco o seis asaltos.
“Jipi”
y Dorothy, que habían presenciado la pelea, lo felicitaban y abrazaban
emocionados. “Pacho”, le escribía una carta a su madre, la echaba a un
buzón de la capital de Cuba… y llegaba a tiempo de defender a la negrita
Blanquita, azotada cruelmente por un malvado estanciero gritándole sin
cesar que no estaban en época de negreros y esclavos.
La joven,
acusada de robar la caja de caudales, le pedía ayuda al fornido
chicarrón que lanzaba con frecuencia “morrosco”, “chacurra”,
“adizquide” y “jangoicúa”, palabras muy conocidas en las Vascongadas y
que iban sonando rápidamente en las aulas albaceteñas.
El vehículo se estrellaba y la atractiva
rubia, con el volante clavado en el pecho, moría en los brazos de su
adorado “Pacho” confesándole antes de exhalar el último suspiro que su
pelo era teñido.
La justicia se imponía y “Dinamita”, que
resultaba ileso de un silo azucarero, daba un tremendo tirón y le hacía
caer al fondo al responsable de la muerte de su encantadora amiga.
Muerto el jefe, cundía el desconcierto en la banda y la policía atrapaba
al resto de tahúres y malhechores.
Pero “Pacho” no podía estar
contento porque había perdido a una mujer fascinante que , a pesar de
sus caprichos y constante coqueteo, le quería de verdad.
Afortunadamente, “Pacho” pronto volvería a su tierra al lado de su
“ama” y progenitora y de la adorable Menchu.
Valeriano Belmonte
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