lunes, 19 de octubre de 2015

“Pacho Dinamita” (II)



Si “Combate mortal”, primer episodio de “Pacho Dinamita”, logró emocionar a los coleccionistas del cuaderno de aventuras, “Los guantes de la muerte”, segundo título de la joya de Editorial Maga, terminó de convencer y conquistar a una afición que se apuntó a aquellos ejemplares que se publicaban al mismo tiempo que los de “El Pistolero Justiciero”, “El Inspector Dan”, “El Príncipe Dani” y “El Cachorro”, además de las series largas de Eduardo Vañó y Manuel Gago, tantas veces citadas y homenajeadas en “Un Siglo de Tebeos”.

Corrían noticias de todo tipo en el otoño de 1951: Lola Flores se separaba de Manolo Caracol y emprendía su carrera en solitario, nacía Romina, la hija de Tyrone Power y Linda Christian, Celia Gámez, la reina de la revista musical, se presentaba en el Teatro Alcázar, a Ava Gardner le robaban las joyas mientras bailaba con el duque de Edimburgo (a la Sacra le quitaban las gallinas en el barrio Parque Sur) y se consolaba casándose con Frank Sinatra, Churchill perdía las elecciones en Inglaterra y Juana Reina triunfaba con su nuevo espectáculo “La niña valiente”.

Y ahora torno con el cuadernillo número dos de “pacho”, en cuyas páginas brillaban los hermanos Quesada Cerdán. Pedro, aprovechaba al máximo cada una de las viñetas con sus guiones modernos, ágiles e impresionantes, textos que enriquecía con su buen hacer, Miguel, el benjamín de la familia, que a sus dieciocho espléndidas primaveras, se hallaba fantástico de facultades e ilusiones (el hijo pequeño de Miguel y Ana solía poner en algunos números la fecha del inicio y el final de cada cuaderno, algo que agradecían los estudiosos de turno). 

Vamos con el argumento de esta segunda entrega quincenal vendida divinamente en las papelerías y quioscos de nuestra ciudad: A bordo del “Cabo de Buena Esperanza” dos hombres escuchaban el telégrafo que comunicaba al capitán del barco que en él había contrabando (el diamante Emperador China) y que se sospechaba de unos individuos de mala catadura que no eran otros que los “oyentes” de marras que reflexionaban y buscaban soluciones.

Entonces aparecía en escena, “Juan Cerillas”, polizón adolescente que se dirigía a América a hacer fortuna y corría perseguido por un cocinero más bruto al parecer que el legendario “Amaro” . Los contrabandistas “El Gorila” y su colega lo protegían con objeto de servirse de él para sus planes.
Entraría en el departamento de “Pacho” y les facilitaría un par de guantes de boxeo del joven y melancólico “dinamita” que, acodado en la borda, contemplaba la espuma de la estela evocando la vuelta al pueblecito vasco, procedente de París, portando el cadáver de su padre y observando desolado a la vera de su adorada madre, su novia Menchu y el consternado “Jipi” las paladas de tierra cayendo sobre la fosa.




Ignacio, papá del héroe, quería que su hijo fuera boxeador y como el noble y apuesto chicarrón ,tan fuerte como “Josechu el vasco”, el personaje de Muntañola de la revista “TBO”, que aparece al lado del “Melitón Pérez”, de Benejam en una de las ilustraciones, tenía un contrato para cuatro combates bien pagados en suelo americano, se despedía de los suyos y emprendía rumbo a Nueva York.
De improviso, salía de su abstracción asediado por Dorothy y Marión, veinteañeras, guapas y atractivas , caprichosas y ,para colmo de bienes, millonarias… que le pedían fuego y suspiraban por él desde su hazaña en la capital del Sena.

“Juan Cerillas” se apoderaba de los guantes de “Pacho” y se los entregaba a los delincuentes que introducían en uno de ellos el diamante emperador y obligaban al chaval a ponerlos en su sitio.
Pero cuando se disponía a hacerlo, se topaba con las sensuales hembras de rompe y rasga, Marión y Dorothy, las cuales se los quitaban para gastarle una broma al espectacular púgil. Asustado, “Cerillas “ y temiendo que las seductoras féminas se metieran en un lío, le contaba a “Pacho” lo sucedido.
Los malhechores le descubrían , golpeaban sin piedad y acababan con su vida, arrojando a Marión al mar y escudándose en Dorothy para escapar.

Pero allí estaba “Pacho” que de un solo puñetazo hacía caer inerte a uno a la vez que al otro lo destrozaban las hélices del transatlántico. El diamante o cuerpo del delito había costado dos vidas humanas, dos víctimas inocentes que entristecían infinitamente al protagonista de nuestra historia y a los lectores más sensibles. Menos mal que el saladísimo “Jipi “ ponía su nota simpática y encantadora y paliaba un pelín el final de la tragedia. “Pacho” sigue con vosotros y os aguarda impaciente dentro de una semanilla.. ¡Un abrazo!

Valeriano Belmonte

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