martes, 13 de octubre de 2015

“Pacho Dinamita” (I)




Hasta en el colegio del “Profesor Tragacanto”, personaje del dibujante y guionista Gustavo Martínez Gómez, alias Schmidt, los alumnos Jaimito, gamberrete de rompe, rasga y destrózalo todo , que para eso le pagan a tu papá adoptivo en la Editorial Bruguera, y Vicente el sabelotodo, en unión de Petronio, bedel de la escuela privada, y Petronila, colega del profe y tan cursi como los guantes de Adelina, la “Niña de la Estación”, popular copla de doña concha Piquer, leían las aventuras de “Pacho Dinamita”, el héroe de los hermanos Miguel y Pedro Quesada.

Pero si el equipo de “Pulgarcito” seguía o no las peripecias del púgil vasco les tenía sin cuidado a los estudiantes de las Escuelas Pías, Graduadas, Franciscanos y Santiago Apóstol, porque ellos sí conocían desde el principio las hazañas del apuesto, generoso, valiente y titánico boxeador, unos hechos señalados, heroicos y emocionantes que comenzaban en el idílico pueblecito de Asteasu, situado entre verdes montes y bosques de gran belleza.

En el primer episodio titulado “Combate mortal” aparecía en plano general la señora Belascoain, esposa de Ignacio, uno de esos reyes del boxeo que no dejaban indiferentes a los aficionados, y mamá de lujo del protagonista de la apasionante serie de Maga.

La encantadora mujer, aparentando unos cuarenta abriles de la etapa de postguerra, con blanco y cuidado delantal, llamaba a los “hombres de la casa” y de su vida, que cortaban troncos a granel en reñida y deliciosa apuesta.

La comida, por cierto abundante y apetitosa, estaba en la mesa y había que tomarla para que no se enfriara. Muchos de los colegiales de los citados centros estudiantiles contemplaban la cantidad de platos que tomaría el entrañable trío (cabe recordar que en el otoño de 1951, fecha del nacimiento de “Pacho”, todavía arañaban las cartillas de racionamiento, el pan se repartía con moderación… y las tres o cuatro barras que enriquecían la mesita camilla suponían un regalito para la vista, sobre todo las fuentes, posiblemente apretadillas de natillas o arroz con leche).
Pero no solo los chavales vibraban con los víveres y la acción trepidante de la hermosa colección, sino que los mayores lo pasaban en grande con los ejemplares apaisados que se vendían a una peseta y veinticinco céntimos.

Avanzamos una pizca: Al dulce y sencillo hogar llegaba la guapa y atractiva “Menchu”, novieta de “Pacho”, con una carta de “Jipi”, manager de Ignacio, explicándole que le había concertado una pelea en París con el aspirante “Congo Kid “, fortachón de color que no jugaría limpio pensando que si Ignacio no se presentaba a última hora, él ganaría el campeonato.

La víspera del encuentro, Ignacio y “Jipi” se dirigían al Palacio de los Deportes cuando otro coche a toda velocidad les pasaba rozando peligrosamente dejando ver y oir a una joven del corte de Verónica Lake, que pedía socorro acosada por dos matones en el interior del vehículo.
Naturalmente, Ignacio se disponía a intervenir en ayuda de la chica, sonaban varios disparos y el progenitor de “Pacho” abría los brazos y caía rebotando sobre el pavimento.


Minutos después en Asteasu, “Pacho” recibía un telegrama con el siguiente texto: “Avión Ramírez te aguarda en Azpeitía. Ven, tu padre gravemente herido de un balazo. Jipi”… Sorpresa, lágrimas y desolación… Menchu intentaba calmar y animar a una ama buena y espantada mientras “Pacho” volaba en el “Rosa del Norte”… y aterrizaba hora y media más tarde en la capital del Sena.
Rápidamente, el impactado mozo, abrazaba a un padre que le animaba a pelear en su lugar… y vencer, ya que no se había anunciado la suspensión del combate.

En el ring, minutos antes de empezar la lucha, “Jipi” reconocía a la rubia implicada para acabar con Ignacio… y tanto él como “Pacho” comprendían que aquello había sido un ardid para fingir el accidente… y entonces el bravo y desesperado jovencito de dieciocho abriles, descargaba repetidos golpes en la mandíbula del rival que sonaban como mazazos terribles haciendo que “Congo Kid” se tambaleara y cayera en la lona… “¡Ocho, nueve… y diez … Kao!”… Salva de aplausos para “Pacho” el vencedor que corría al lado de su agonizante padre que escuchaba los vítores dedicados al hijo de sus entrañas que era su orgullo… igual que Miguel y Pedro Quesada habían sido también para el inolvidable Miguel Quesada Gomis que, por desgracia, no pudo saborear el triunfo de sus adorados vástagos. Aquel ejemplar y los siguientes conmoverían a personas tan sensibles como los hermanos Sánchez Castillo que buscarían posteriormente domingo tras domingo ,ejemplares atrasados del sensacional e irrepetible “Pacho Dinamita” que merece, por lo menos, dos o tres capitulillos… ¿Estáis de acuerdo, amiguitos?. Pues con “Pacho” seguiremos, algunas semanas más… Abrazos y… ¡A “Pachear”!

Valeriano Belmonte



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