Aquella hermosa
mañana del suave y romántico otoño de 1960, Cazaña, el cartero que repartía por el barrio Parque Sur, llamó
a las portadas de Tetuán, 1O y enseguida salió a abrir, Valeriana Martínez,
mi amable e inolvidable progenitora, la
cual con su voz dulce y preciosa me dijo
: “Valeriano, te han traído un paquete, ¿qué has pedido esta vez?. Le respondí
que no había pedido nada, extrañado y pensativo durante breves segundos y gritando
a continuación : ¡ El balón! ¡
Que me ha tocado el balón!… y efectivamente, al desembalar el envío, vibré lleno de contento al
contemplar, acariciar y besar el anaranjado esférico, obsequio que hacía
semanalmente “ El cosaco Verde “ a través de un delicioso sorteo.
A los pocos
minutos estábamos estrenándolo mi
hermano Manolín, los hermanos Pedro y Paco Villaescusa, Paquito, el hijo de la
Sacra y un servidor por los alrededores del refugio de guerra y la zanja
que llegaba a la Circunvalación observados
de cerca por Adolfo y Ángel, hijos de Juan José Díaz y Rafa Caulín, excelentes vecinos y amigos de la bonita
parcela. Y es que, el que esto escribe , coleccionaba la serie procedente de
Bruguera y conducida hábilmente por Víctor Mora y Fernando Costa, dibujante
influenciado por el estilo del maestro americano Milton Caniff, autor de “Terry
y los Piratas “. Mora y Costa en acción presentando al nuevo héroe meses atrás
al precio especial de propaganda de una peseta, eso sí, comprando el último
ejemplar de “El Jabato “ que se vendía a una pesetita y cincuenta céntimos.
“El
Cosaco” echaba a andar a lomos de un
soberbio alazán en la cumbre de una montaña, desde la cual divisaba el paisaje,
tras la dura y complicada subida al promontorio rocoso… y hablando de subidas,
lo que subía en la época eran el pan, el aceite, el azúcar y el queso de bola
que exhibían en sus mimados escaparates
de Tesifonte Gallego y Mayor, “El Roña” y Herreros.
Y ahora “bajamos
“ la cuestecita y los productos de
marras y nos reunimos con el titán y con sus colegas “Karakán “ el tártaro ( a
María Antonia, la nena de Luis y Anselma
lo que le molaban eran las tartas de “Plácido”, “El Ramillete”, “La
Suiza “ y “La Milagrosa” ) y el chinito “Sing – Li “, que se trasladaba de un
lugar a otro de los Montes Urales
(Constantino, alumno del colegio de los Padres Franciscanos, decía Montes “rurales “ y pasaba parte de la clase arrodillado y con
los brazos en cruz portando libros de Geografía ) encima de un yak(“Karakán “ cargaba a hombros a un
caballito tan cansado y comodón como el “Bartolo “, de Palop y el “Vagancio “,
de Cifré ).
Los abonados a la “odisea” disfrutábamos estudiando las viñetas y
mirando y remirando el trineo que ocupaba el rubio y adolescente “Iván “, perseguido
por cientos de bandidos capitaneados por el cruel “Yatagang “. El “cacao”
estaba servido en bandejas de plata similares a las del Sr. Bernad, tienda de
lujo enclavada precisamente a la vera del citado “Ramillete “. “El Cosaco” y su
tropa le ayudaban al chaval y el trío correteaba por Asia Central y Alaska, Canadá e incluso
por el Fart – west.
“El Cosaco”
recordaba al “Miguel Strogoff “ de Verne, encarnado en la pantalla por el actor
alemán Curt Jurgens, y no atendía al cien por cien a la adorable “Sankara”, primogéntita de un jefe
mongol que bebía los vientos, las brisas y las tormentas por el guapo, gallardo
y valiente “Cosaco Verde” que curraba
como un “cosaco” en 144 cuadernitos apaisados, almanaques navideños y
extras de vacaciones colaborando con su silueta en el concurso –dibujo
consistente en reconocerlo, dibujarlo a tinta china y enviarlo a la empresa,
por cierto que el baloncito de ceplástica, que conservo en el mejor rincón de
mi salita de estar, se ha hecho popularísimo en los aledaños del Carlos
Belmonte, cada vez que lo muestro a las cámaras de televisión desgranado el “ ¡Aúpa, el Alba!”… ¡Hasta el jueves, amiguitos!.
Valeriano Belmonte
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